Era un hombre flaco, moreno, de mirada extraña… Lo conocí en el parque un día que se me escapó el perro. Recuerdo que lo encontré sentado en una piedra con mi Gusi mirándolo embobado. Había dos perros más; él les estaba hablando. Al verme, dijo: Hola, se lo estoy entreteniendo para que no se pierda.
Volví a verlo en varias ocasiones. Gusi, lo presentía de lejos y corría en su busca. Nunca supe qué era lo que les decía para que se estuvieran tan quietos; era evidente que sabía tratar a los animales.
En una ocasión, lo vi en otro parque con otro grupo de perros. Ese día me pudo la curiosidad y le hice la pregunta: entonces me explicó que les enseñaba a comportarse. Así que, cuando Gusi comenzó a manifestar una conducta inteligente decidí agradecerle el servicio, pero no pude. Fue el mismo día en que mi perro se plantó en la puerta y no me dejó salir. Asombrado, quise apartarlo, pero me enseñó los dientes y tuve que retroceder. Después me enteré que a los demás vecinos les sucedió otro tanto con una jauría callejera que había invadido el edificio.
Ahora, las personas y los perros hemos vuelto a vivir en armonía. Dos veces al día, Galindo, el labrador de un vecino del quinto, aparece con un cubo de alimento para darnos un buen puñado a cada uno… No podemos quejarnos: cada mañana, ellos nos dejan ir al baño y nos dan una vuelta por la terraza para estirar las piernas. Además, los sábados, a los hombres, nos encierran con alguna mujer del barrio y nos dejan solos. A mí siempre me toca con alguna chica de mi tierra. Todavía no estoy muy seguro, pero creo que quieren purificar la raza humana…