En Camarones y Caracas, una casa de principios de siglo de paredes robustas y puerta artesonada fue el refugio de mis primeras penas. La tintorería de la señora Juana, con su olor a ropa limpia y a vapor, ocupaba la esquina mientras la casa de mis tíos, como un rompecabezas, se le acoplada alrededor. Se entraba por el comedor, por Camarones,y una vez dentro todo era único y extraordinario. A la izquierda de la entrada, una hilera de peldaños empinados protegidos por una jaula mas alta que mi persona, se escurría hacia abajo hasta desaparecer debajo de la tienda. El tabique separador, con un par de cuadros referentes e imborrables y el eterno aparador, no llegaba al techo y tal vez por eso, por el recuelo de ruidos y conversaciones del otro lado, se respiraba un aire de presencia constante. Esa estancia era muy alta y, para mi, llena de afectos. La ocupaban totalmente: la jaula, una mesa de madera, el aparador y el árbol de navidad mas bonito y entrañable del mundo. Sin aquel símbolo de la navidad el comedor resultaba imperfecto. El árbol, el mismo siempre, el mismo, pero distinto, con las ramas de alambre enderezadas y las bolas brillantes; grandes las de abajo y las pequeñas arriba, se reinventaba a mis ojos cada año. Lo mismo ocurría con el pesebre de ramitas y cartón que tenía la estrella iluminada y un Jesús niño hecho con migas de pan. Aquella casa fue un remanso necesario durante la enfermedad de mi madre. Fue también mucho mas, pero un buen día dejó de ser y dio paso al relevo y a otros días distintos. Tuve, mas tarde otros árboles de navidad y otros pesebres. Pero ya no fue lo mismo. Llegué a reproducir – nostálgico – casi todos los detalles que recordaba de aquel arbolito de mis tíos. Pero no pudo ser. Siempre, por muchas luces y bolas de colores y estrellas iluminadas y nieve de algodón que agregara faltaba el ingrediente principal e inalcanzable. El detalle perenne que me quedó, como consustanciado con la navidad; el sonido inconfundible, inesperado e insólito, de la plancha de vapor de la señora Juana al otro lado del tabique..
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