Cerrojos

PORTADA CERROJOS Querida Julia

            Te escribo para contarte algo que, hasta ahora, era un secreto. Sé que tú y yo no somos demasiado afines (seguramente por mi culpa), pero eres la única hermana que tengo. En ese aspecto imagino que yo pude hacer mucho más de lo que hice, pero ser la mayor conlleva demasiados problemas. Sobre todo, en casos como el nuestro: tú eres la última de los tres, la más deseada por nuestros padres y nuestro hermano siempre será el chico de la casa, aunque haya cumplido los treinta y cinco.

            Pero no te escribo para explicarte lo que ya sabes de sobra sino para decirte que me marcho a otro sitio. Ya conoces a nuestros padres: a ellos no puedo explicarles ni las causas ni las circunstancias que me llevan a tomar la decisión: me matarían antes de que acabara de hablar. A nuestro hermano, menos aún. La razón es que ha sucedido algo inesperado y quiero abandonar el pueblo. Te preguntarás qué cosa puede ser tan determinante, pero estarás de acuerdo en cuanto te lo explique.

            Hace algunas semanas encontré a un vagabundo en el granero. Yo estaba acomodando unos trastos y lo descubrí dormido como un tronco mesturado en el forraje. Imagínate el susto. Cuando me acerqué con la horquilla, con ánimo de amenazarle para que se largase —todos los de la casa estaban en el campo—, vi que era un gañán de esos que contratamos para la cosecha. No nos conocíamos de nada, pero lo de la horquilla me pareció un poco fuerte, así que la dejé a un lado y lo desperté a zarandeadas. Su ropa estaba sudada y desprendía calor ¿sabes? Bueno, sí, supongo que lo sabes: una mujer casada habrá tocado infinidad de veces a su marido dormido.

Tú, seguramente, habrías actuado de una manera distinta, pero yo me dejé llevar por los nervios. Pensarás que fue por otra razón porque conoces las circunstancias de mi vida, pero no, solo fue por ver cómo reaccionaba cuando se encontrara con una hembra de esas que no tiene pelos en la lengua a la hora de cantar cuatro verdades. Lo que pasó fue que no contaba ni con su cara de niño bueno ni con su sonrisa. El hecho es que, en cuanto lo toqué, abrió los ojos (unos ojos enormes llenos de vida) y se me quedó mirando; luego me saludó como si estuviese en su casa.

Hay que ponerse en mi situación para saber lo que sentí. Yo sé que ya no estoy en edad de muchas cosas, pero todavía recuerdo cómo se me alteraba la sangre al ver bailar a las parejas en las fiestas del pueblo o pasear a los novios por la calle principal. A mí nunca me llegó el turno. Quizás fuera porque te encontrabas tú por medio con toda tu gracia y tu belleza… Pero lo cierto es que tomé conciencia de que estaba casi a punto de que me dejara en tierra hasta el furgón de cola.

El chaval, al verme con los puños cerrados, lejos de disculparse o de prepararse para lo peor, hizo lo que nunca podrías imaginar: me cogió una mano, me la abrió despacio (es increíble lo que puede hacer una caricia cuando no te la esperas) y me besó en la palma abierta. Fue sorprendente lo que pasó por mi cabeza: pensé en padre, en madre, en ti… y en todos los que estáis ocupados con vuestras cosas dando por sentado que yo estoy haciendo lo de toda la vida: fregando, planchando y limpiando inmundicias como si eso fuese un castigo al que Dios me había condenado. Lo dejé hacer para ver qué era lo que se proponía.

No voy a darte los detalles de lo que pasó a continuación, pero te lo puedes imaginar. Tú me conoces lo suficiente como para saber que no soy una mujer apasionada, pero hay circunstancias que te transforman y te sorprenden, incluso, a ti misma. Tu subconsciente se aparta de ti y te observa desde afuera tratando de prever cómo vas a reaccionar. Yo tuve esa sensación. De pronto, me vi entre los brazos del chico dando y pidiendo lo que nunca antes había dado ni pedido a nadie; no me reconocía. O, mejor dicho: sí que me reconocía porque era la mujer que siempre había querido ser después de quitar los cerrojos que me separaban de la libertad.

Cuando abandoné el granero lo hice flotando en una nube. Del chico aquel ni siquiera llegué a conocer el nombre y, en realidad, me daba lo mismo que se llamara Pedro que Juan. Lo que no me daba lo mismo era pensar que, en menos de lo que tardo en contártelo, había zanjado de un plumazo todas las reservas que me mantenían sujetas al potro de torturas. Él debe haberse marchado con una impresión equivocada: debió pensar que había tenido un encuentro afortunado con una puta caprichosa que se le había entregado sin pedir nada a cambio. Supongo que se lo habrá dicho a todo el mundo. Yo solo se lo he contado a mi médica en la última visita y ahora a ti para que no penséis que estoy loca por marcharme de esta manera.

Doña Leonor se quedó de una pieza cuando le dije que, sucediera lo que sucediese, pensaba sacar adelante mi vida y que la decisión justificaría con creces cuanto se pudiera pensar de mí. A ti te digo lo mismo. Si te lo cuento es para que hagas lo posible por evitar que las cosas se salgan de madre y para que no me obliguéis a construir mi futuro demasiado lejos de vosotros. Deseo que no te preocupes por lo que me pase (aunque sería la primera vez), porque ahora siento una confianza en mí que jamás había tenido. Ojalá me entiendas.

Con un beso, se despide hasta pronto:

Tu hermana que te quiere.

PD: Por si lo has pensado, te aseguro que no estoy embarazada.

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