RELATO: El portero del colegio Nacional
Subtítulo: Líderes con pies de barro.
Formato: relato corto 4363 palabras. 14 páginas
Fragmentos
Así comienza este relato cuyo tema -LÍDERES CON PIES DE BARRO- nos remonta a los personajes que marcaron nuestra adolescencia, a su influencia en nuestra formación y a la definición de nuestro carácter. Héroes o villanos que removieron nuestras emociones y nos marcaron, consciente o inconscientemente, el camino a seguir.
«Tenía cincuenta años y un apellido con reminiscencias medievales: Camilo Bellimonde. Era un personaje original. Caminaba como si tuviese callos plantares o juanetes y por esto le llamábamos Callorda. Él, por supuesto, lo ignoraba. Era portero y jefe de celadores del Colegio Nacional Urquiza donde acabé mi bachillerato: un tipo raro, de pelo canoso y ojos color azabache que trataba a los estudiantes con rigor desmesurado. Presumía de llevar en la espalda, desde su época del servicio militar, un tatuaje que rezaba: “Hombre Peligroso”».
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«Todos los años, alguien se confabulaba para darle una paliza. Era lo natural. Transitábamos la edad de las reivindicaciones justicieras y sentíamos la íntima y urgente necesidad de demostrar nuestra hombría. Al entender de muchos, las injusticias, solo se reparaban con sangre. La pretensión de sacudirle a Callorda era conocida desde los primeros cursos. Era una idea renovada cada año, pero pospuesta, sistemáticamente, por falta de voluntarios. Todos estábamos convencidos de que un buen repaso volvería a nuestro cancerbero un poco más comprensivo y tolerante. José Luís y yo no éramos una excepción.»
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«Tuve que hacer acopio de toda mi imaginación ya que no era fácil alternar con un tipo que, de la noche a la mañana, comenzaba a creerse la vera efigies del amante latino. […]Las chicas volvieron al cabo de dos o tres días. Para entonces mi política de acercamiento estaba dando resultados y ya sabía un puñado de cosas útiles sobre nuestro enemigo. Conocía, por ejemplo, que su vida amorosa se reducía a un noviazgo acabado en desengaño; que su vida sexual le costaba un dineral y que su mente era más sucia y retorcida que los meandros de un chiquero».
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«Bellimonde no estaba para razonar. […] nada más vernos aparecer y avanzar como dos enajenados, se cagó en los pantalones y se echó a llorar como una criatura. Después se tranquilizó. Lo instalamos en su coche oliendo a mil demonios y, mientras él se reponía de los golpes, volvimos sobre nuestros pasos y nos largamos de allí sin haber dicho una sola palabra en todo el tiempo. De lejos lo vimos maniobrar para ponerse a salvo…».