No me pidas el cielo que llevo dentro
porque está cada vez más negro
y las estrellas se me van muriendo
como chispas de una hoguera con la lluvia.
No me pidas la luna que llevo dentro
aunque pienses que sigue navegando
junto a la barca que nos llevó a aquel puerto
tan parecido a la felicidad eterna.
No me pidas los colores que llevo dentro
tan solo porque creas que mantengo
un arcoíris de recambio
al que puedo recurrir
cuando la necesidad lo quiere.
No me pidas que camine sin tocar el suelo
ni que purifique el aire
ni que repare los crujidos que gritan nuestra edad.
Yo también necesito
que dejen de apagarse las luces en mi cielo y
que reaparezca el puerto que casi tengo olvidado.
Yo también necesito seguir creyendo
que en el extremo
del único arcoíris que conozco
hay un cántaro repleto
de monedas de oro.
Yo también necesito
(no digo siempre,
pero sí de tanto en tanto),
descubrir la chispa en la mirada
que una vez desordenó las hojas
de mi discurso.
Yo también necesito
que vuelva a salir el sol entre los labios
que aplacaron mis ansias en un
remanso de besos
antes de cerrar los ojos
cada noche.
Por eso remo
en estas aguas turbulentas.
Por eso trato de encontrar el verbo
que se nos ha perdido
entre los meandros de los años.
Por eso, insisto.
Si me ayudas,
quizás tú encuentres la luna,
y el cielo, y las estrellas que me pides.
Y yo recupere el beso,
ése beso que no olvido,
ese que me supo a gloria,
amor,
aunque tú creas
que ya está marchito.