Cuando el sol en la cúspide se adentra
y en la cresta del trópico se encuentra,
con su fuego y su luz nace el verano.
Equinoccio de Cáncer, soberano
en el día más largo. Muy temprano,
la ciudad de Alicante su lozano
señorío despierta junto al mar.
Y comienzan las fiestas al plantar,
con la gracia y el arte que concentra,
pedacitos del mundo cotidiano
que entre llamas quisiera mejorar. II
A partir de esa noche, al otro día,
revestida de mágica alegría,
amanece florida la ciudad.
Huele a pólvora el mar, la actividad
es febril y contagia su ansiedad
a la brisa que en cada vecindad
de las bandas esparce su compás.
Ramilletes de flores van detrás
Animándole el paso la porfía
por rendirle a la virgen su piedad
en el templo del santo Nicolás. III
Consecuente, la luna misteriosa
con su pálido rostro, silenciosa,
cruza el cielo y el agua sobrevuela.
Otro día se inicia y se constela
de petardos y música y revela
que la fiesta trasciende paralela
de la tierra hasta el último confín.
Llega un largo desfile parlanchín,
cabalgando la tarde bulliciosa
con su breve cantar y con la estela
de sus lenguas de alegre serpentín. IV
Incansables resuenan los clamores,
los petardos, las tracas, los tambores…
entre aromas de flores que persiste.
Largo tiempo de fiestas que reviste
con sus luces el cielo que la asiste
por la misma razón por la que existe
con el alma pendiente de un afán.
Y obediente a la orden que le dan;
sus palmeras gigantes de colores
la ciudad, con el alma un poco triste;
quemará les fogueres de Sant Joan.