Los recuerdos son, como en el juego de “la cadena suelta”, sombras confusas que se aferran las unas a las otras para reconstruir una historia. Y la reconstruyen, sí, pero a su manera.
Recapacité sobre esto mientras releía “El artista”[1]. Recordé de repente que, a los siete u ocho años ya me creía un experto dibujante y que una rubita de trenzas impecables que cursaba el Primero Superior, fue mi primera musa.
La llamaban Fany. De ella, nunca tuve muchos datos, salvo que a mí me ignoraba como si fuese un desconchado en la pared.
Aún así, fue mi primer gran amor.
Por las noches se me aparecía en el cielorraso, justo encima de la cuna de mi hermano, y yo la observaba embelesado hasta que daban las tantas. En el fondo, intuía que era un amor imposible. Pero, por aquel entonces, yo ya ojeaba las aventuras del “príncipe Valiente” y del “tigre de la Malasia” y no me descorazonaba fácilmente. Supongo que por eso eché mano de mi mejor talento: el dibujo. Le hice un retrato; un retrato de memoria.
Estaba convencido de que con aquel esfuerzo lograría enternecerla. Pero ahora sé que no existe droga más potente que el entusiasmo y que hubiera sido capaz de ver la salvación justo donde empezaba el abismo. Y eso fue lo que sucedió.
La retraté tal como la tenía en la memoria; a mi juicio: perfecta. Mi madre me observaba preocupada. Pero yo no sucumbí a sus pesquisas y cuando estampé “Fani” al pié del dibujo, lo hice en secreto.
Luego, durante varios días, llevé en el bolsillo de mi baby aquel tesoro con el firme propósito de dárselo a mi amada en cuanto me armase de valor. Pero, como todo hay que decirlo, confieso que no era Sandokan y no se si me hubiera atrevido si ella no hubiese dado el primer paso. Me dijo: ¡Oye, tonto! ¿tú que miras?
Y yo, sorprendido, apenas atiné a echar mano al bolsillo y a extender ante su cara mi preciada obra. Fue un acto reflejo, pero ¡oh milagro! funcionó. Vaya si funcionó. Su hermoso rostro se transformó de repente. Ella dio un paso atrás, hizo un gesto de incredulidad con su boquita preciosa y regresó, corriendo, por donde había venido.
El corazón me dio un vuelco ¡la había impresionado! Ahora ella sabría por qué la miraba. Comprendería que la amaba, que ocupaba mi pensamiento y que mi corazón de artista se nutría con su imagen.
Sin embargo, la alegría me duró muy poco. Enseguida advertí que Fany estaba llorando y que las otras niñas me miraban con tal odio que las imaginé a punto de echárseme encima. El mundo se me vino abajo.
Recuerdo que la cartera del colegio me pesaba mucho y que se me entreveraba con las piernas mientras corría. El frío me helaba las mejillas. Ese mismo día quedé convencido de que jamás lograría superar tan inmenso dolor y que mi arte no soportaría las hieles del fracaso. Pero me equivoqué.
Al día siguiente, cuando mi madre dejó el dibujo sobre mi mesilla para lavar el baby, decidí arrojar el retrato a la basura. Fue una decisión dolorosa pero necesaria.
Y fue allí, ¡oh sorpresa!, en el último instante, cuando advertí que el nombre de la niña estaba mal escrito; Fani en lugar de Fany.
¡Santa providencia! pensé enseguida mientras me calmaba y aplicaba la lógica más conveniente, aquella había sido la causa del drama: mi descuido imperdonable. Y así, de tan fácil manera, mi arte salió intacto, mi ánimo resurgió cual ave fénix y yo, que aún permanecía bajo la mirada de mi madre que estaba hecha un lio, decidí, sin ningún desasosiego, que en adelante, y en cuestión de amores, procedería con menos ligereza…
[1] 9 – Viene de lejos – El artista
Muy bueno!!! por un momento me imaginé a la abuela y a mi viejo durmiendo en tu cuarto… una maquina del tiempo…. un abrazo grande.
Facu
Muy simpático el comentario, Facundo, gracias.
Salvador, entrañable la visión de un niño de su primer contacto con el amor. La sencillez de las respuestas y la facilidad de recuperación. Es como un cuento.
Por desgracia el verdadero amor es mucho mas complicado que eso.
En la edad adulta, la mayoría hemos pasado y pisado muchos terrenos con distinta orografía en ese aspecto: llanos y estériles como la Estepa, montañosos y escarpados como los Alpes, helados cual territorio lapón, desérticos como el Gobi…y hasta tropicales, coloridos y fértiles como Brasil.
Y ninguno de ellos volverá a ser como el que describes, porque en él se hala la vision del niño que fuiste, pero que no eres ya, y hablas desde el recuerdo que se encarga de enaltecer lo pasado y darle una compresnsión que entonces no tenías, con lo cual muta de la realidad del momento y lo que una vez ha mutado no puede volver atrás conperspectiva real..
Y que lo digas Teresa, también es mucho más profundo…
Para recrear la realidad ( la que existió y la que no) estamos los artistas: los escritores, los pintores, los actores y todos los ilusionistas del mundo.
Perdón, Salvador no, felipe, me temo que a estas horas ya no discierno ni nombres, jajaja. Un beso.
Llámame como tu quieras, pero llámame.